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Es sólo un niño

abril 26, 2012

“Es sólo un niño” es la frase que solemos decir para justificar un acto agresivo, irrespetuoso, irresponsable o indeseable en los párvulos. Y, ciertamente, por ser niños es que presentan estas conductas. No debería sorprender pues, la presencia del bullying en el jardín de niños (espero no desatar, con esta afirmación, una corriente terapéutica que trate a niños de dos años por “personalidad disocial”).

Lacan explica la agresividad como una conducta atávica en el hombre; no es “aprendida” en el sentido estricto de la palabra, se podría decir que se inscribe en el hombre, desde bebé; es una de las primeras reacciones ante el malestar subjetivo que causa la sensación de desarticulación del propio cuerpo, allá por los 6 meses, cuando el sujeto empieza a identificarse con la imagen en el espejo, pero vive  la frustración de la incoordinación y debilidad motora. Forzándome a entender y explicar un poco a Lacan (como ya es mala costumbre en mí) podría decirse que la agresión, en un principio y al fin, tiene como objetivo al propio sujeto.

En “La Agresividad y el Psicoanálisis”, Lacan nos dice que, en base a la experiencia, San Agustín ya da cuenta de esta agresividad original: “Vi con mis propios ojos y conocí bien a un pequeñuelo presa de los celos. No hablaba todavía y ya contemplaba, todo pálido y con una mirada envenenada, a su hermano de leche”.

A través de las etapas del desarrollo, el hombre va incorporando normas y “leyes” de la cultura, que van a ayudar a la conformación de lo que Freud llama el “superyó”. Esta instancia de la personalidad se encarga, entre otras cosas, de instaurar la culpa en el sujeto. A través de los padres, la escuela, la sociedad, aprendemos lo que no se debe hacer, lo que está mal.

Entonces, ante el boom del “bullying” propongo un cambio de perspectiva: en vez de buscar el mal ejemplo de los padres a través de conductas agresivas o transgresoras, pensemos más bien en las faltas de límites.

De un tiempo a esta parte, y como contraposición a la disciplina rígida, perversa y castradora, se puso de moda el dejar que los niños hicieran su voluntad; sin embargo, considero que se llegó al extremo. Si partimos de lo expuesto al principio de este artículo, el dejar que los niños hagan lo que se les antoje, es dejar que desarrollen y lleven al límite esa agresividad “natural” del ser humano.

Es aquí donde la “Ley” del Padre es vital; si hay algo que se mantiene a lo largo del tiempo y de diversas culturas es esa autoridad adjudicada al hombre, al sujeto masculino. Es el padre el encargado de poner los límites y establecer las reglas, el que llama “al orden”. Esto no quiere decir que la madre no se encargue también de la disciplina de los hijos; pero para el niño es importante y necesario un “no” de parte del padre; y con esto me refiero a “importante y necesario” para el desarrollo psicológico de los hijos.

Cuando pensemos en niños que hacen bullying a otros, pensemos en qué sucede con esos padres, qué no les están diciendo, qué límites no se imponen. Y estas preguntas también van para los padres de las víctimas del bullying, ¿por qué esos niños no se pueden defender? ¿por qué no dicen “no”? ¿por qué no han aprendido a poner un límite entre el cuerpo del otro y el propio?.

La respuesta, casi invariablemente, será porque no se les ha enseñado que hay otro, diferenciado, que no forma parte de nosotros y que por lo tanto no nos pertenece ni puede hacerse con él nuestra voluntad.

Aquí, la palabra, lo que se dice, los significantes que les damos a nuestros hijos son también muy importantes para la fundación de ellos como sujetos separados. Al darles palabras, les damos también herramientas, los ayudamos a que tengan estructura, incursionen ene el campo simbólico, piensen. Bien dice Melanie Klein que un niño que no habla reacciona de manera diferente a un castigo y a una brutalidad.

Entonces bien, es cierto que son “sólo niños”, pero los adultos deben re-buscar y reformular su función y rol de padres, para no terminar siendo “sólo padres”.

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