Desaparecer a la mujer*
Quemarlas se ha puesto de moda. Cortarles el rostro también. Matarlas a golpes y enterrarlas es otra opción. Feminicidio es, en realidad, la palabra de moda. ¿Qué está sucediendo en nuestra sociedad? ¿De dónde surge esta violencia hacia la mujer? En el presente trabajo trataré de hacer una aproximación al tema de la violencia contra las mujeres, tema amplio, difícil de resolver.
Desde la psicología se propone construir una teoría acerca de la constitución de las mujeres maltratadas: se propone que sean reconocidas por lo menos como un “tipo” de mujer. Estas teorías sostienen que, muchas veces, han pasado como mujeres con personalidad “borderline” o depresivas, cuando en realidad lo que pasaba es que habían vivido situaciones de abuso y maltrato. Se sugiere que estas mujeres vean que son víctimas del abusador, que no se crean causantes ni merecedoras de la violencia, que son “sobrevivientes” (Survivor Therapy). Hasta aquí, probablemente sea una buena aproximación, sin embargo, desde la psicología ya no se dice mucho sobre el dejar de sostener la posición de víctima, hay un límite, que el psicoanálisis sí llega a pasar, al ir más allá y tratar de orientar la cura hacia la “desvictimización”, trabajando el uno a uno, por supuesto.
Lacan en su texto “La agresividad en psicoanálisis” nos dice que la agresividad proviene de la “pasión narcisista”: “…todo lo que el yo desatiende, escotomiza, desconoce en las sensaciones que lo hacen reaccionar ante la realidad, como todo lo que ignora, agota y anuda en las significaciones que recibe del lenguaje” y añade: “La noción de una agresividad como tensión correlativa de la estructura narcisista en el devenir del sujeto permite comprender en una función muy simplemente formulada toda clase de accidentes y de atipias de este devenir”. Entonces, podríamos decir que la agresividad está ligada a estructuras narcisistas, que no soportan al otro, agregaría también que son poco evolucionadas, al menos en lo que a hacer lazo se refiere. Sobre este no soportar y rechazar al otro, Irene Greiser en “Guerra entre los sexos: feminicidio” Virtualia #25 nos dice: “…en la actualidad hay una epidemia «la quema de mujeres». Un tratamiento de lo femenino que implica su rechazo. Hay otras modalidades de rechazar lo femenino, la misoginia, la ética del soltero, pero ¿qué goce puede llevar a un hombre a querer quemar a una mujer y ver cómo ese cuerpo se consume? Las Fórmulas de la sexuación sostienen una virilidad que cuenta con un padre que hace de modelo de la función y objeta el para-todo, hay uno que dice que no. Esa objeción permite alojar a lo femenino. El hombre violento, golpeador, el hombre que no puede hablar con ella ni alojarla es una modalidad del macho que al no contar con una excepción que amenace su potencia fálica se ve arrastrado a un goce en el cual esa potencia fálica aparece ilimitada”.
Cuando hablamos de violencia hay algo de ese “ilimitado”, una vez emprendida no hay algo que ponga coto a la agresión, efectivamente, cuando se escucha el testimonio de mujeres que han sido violentadas, ellas trasmiten el haber sentido que eso nunca iba a acabar y que no había manera de salir de esa situación, más allá de la posición subjetiva de cada mujer, los brazos de la violencia parecen alcanzarlas siempre.
Lacan en el Seminario 5, dice: «La violencia es ciertamente lo esencial en la agresión, al menos en el plano humano. No es la palabra, incluso es exactamente lo contrario. Lo que puede producirse en una relación interhumana es o la violencia o la palabra. Si la violencia se distingue en su esencia de la palabra, se puede plantear la cuestión de saber en qué medida la violencia propiamente dicha, para distinguirla del uso que hacemos del término agresividad, puede ser reprimida, pues hemos planteado como principio que sólo se podría reprimir lo que demuestra haber accedido a la estructura de la palabra, es decir a una articulación significante». No es tan fácil reprimirla entonces y entendemos también por qué tantas mujeres víctimas de violencia, callan.
Sobre esta imposibilidad de dialectizar, José R. Ubieto, nos dice en su texto “Posiciones subjetivas en los fenómenos de maltrato” Virtualia #18, lo siguiente:
“La posibilidad de pensar en una relación basada en el amor implica que los lugares del amante y del amado deben poder dialectizarse, que aquel que es amado debe poder también convertirse en amante y viceversa, proceso que difícilmente se da en las relaciones maltratador -maltratado donde los roles son inamovibles y donde la primera condición del amor – que al otro le falte algo – no se cumple. Si el amor, por definición, alude a la posición de debilidad de cada sujeto (tonto, ciego, flojo) es justamente esto lo insoportable para el maltratador y de lo que este huye mediante la violencia”. Este texto es muy interesante y los animo a leerlo completo ya que el autor nos habla sobre cómo no se trata de una cuestión masoquista de las mujeres maltratadas sino de un “amor patológico”.
A continuación, unas viñetas clínicas.
Caso Irma:
La primera vez que atiendo a Irma rompe en un llanto inconsolable. Ya más calmada dice querer saber cómo hacer para olvidar lo que le pasó ya que su hija acaba de pasar por lo mismo y quiere ayudarla. Relata que a raíz de que su hija le cuenta haber sido víctima de tocamientos por parte de un primo, ella recuerda algo reprimido por más de 35 años: tenía 4 o 5 años, despierta por el dolor que le causó que un tío la estaba tocando y sentía “feo” por la parte de atrás, “por la parte del poto” relata. Se pone a llorar y le dice que quiere irse a su casa, ante tanta insistencia, el tío la regresa. En esa misma sesión cuenta que a los 13 años un primo la “fastidiaba”, la agarraba, la tocaba, hasta que un día “hizo lo que quiso” con ella. Esta vez sí hubo respuesta por parte de la madre que la lleva a examinar al médico legista. Esta situación de examinación ella la siente como una repetición del abuso. Sale corriendo, quiere tirarse de un cerro.
Irma viene a Lima, es de Cajamarca, y empieza una relación con un hombre algo mayor que ella, ella 17 y él 25, dice que los primeros 4 años fueron maravillosos hasta que empezó el abuso psicológico.
Relata lo culpable que se siente por el abuso de su hija por parte de este primo, a quien ella recibió en casa a pesar de las advertencias de que algo similar había sucedido con otros familiares.
Con respecto al esposo, siente que no puede perdonarlo, pero que tampoco puede dejarlo porque se siente “en deuda”
Llega un momento en que deja la habitación que comparte con la pareja y duerme en el cuarto de su hija. No quiere tener relaciones con él, le llega a contar lo del abuso, le pide que no la toque dormida y menos cuando está de espaldas a él (esto le hace recordar el primer abuso). El esposo le pregunta si algún día podrá perdonarlo, pero también pierde la paciencia por momentos y le reclama por no querer tener relaciones con él. Hacia el final del tratamiento, el esposo deja la casa.
Irma llega a trabajar el rencor hacia su madre, quien siente que no la protegió ante el primer abuso, llega a ver que así como ella misma, la madre no quiso darse cuenta de lo que realmente sucedió esa noche con el tío. A pesar de que había sangre en su ropa interior, la madre sólo le pregunta si se ha golpeado y la manda a dormir, no investiga más, para Irma, no quiere hacerse cargo de lo que pasaba y por consiguiente, es una madre que falla en cuidarla.
En un punto del tratamiento ve cómo el asunto de la hija tiene algo que ver con la repetición y llega a preguntarse si de alguna manera ella quiso que su hija pasara por la misma situación que ella. Fue una pregunta importante que no terminó de trabajarse.
Podemos ver en este caso la puesta en marcha de la dinámica: trauma (la violación), represión (el olvido) y repetición (la escena con el primo, el casarse con un hombre maltratador, que la abraza en la cama cuando ella le da la espalda, hasta el abuso cometido contra la hija). El abuso de la hija se considera repetición no solo por el hecho de que Irma alojó al sobrino en la casa a pesar de haber sido advertida sobre otras situaciones de tocamientos, sino también porque aunque su hija le dice que no lo vivió como un abuso, a Irma le resulta insoportable.
Irma sostiene una posición de víctima a lo largo de su vida, toma decisiones que la van a dejar siempre en ese lugar, posición que es también de goce.
Nunca llegó a hacerse responsable de lo que le sucedió, de su propia vida, vive en la creencia de que lo que le sucede es cosa del destino, “a veces me pregunto por qué me pasó esto a mí”, se empiezan a trabajar cuestiones relacionadas con su papel y responsabilidad en “todo esto que le sucedió y sucede” y comienza a ver que si bien no pudo evitar el abuso primero por ser tan pequeña, hay muchas otras cosas de su vida de las que tiene que hacerse responsable para realizar un cambio. Comienza el proceso de “desvictimización”.
Caso Paula
Paula tiene mucho rencor a su padre por maltratar a su madre y a ellos, se siente culpable porque golpea a sus hijos, se siente culpable porque tuvo varias parejas sexuales antes de su esposo, dice que odia ser mujer.
Relata cómo golpea a sus hijos porque “la sacan de quicio”, luego, va y se golpea a ella misma, por la culpa. Se tira cachetadas, golpes de puño, golpea sacos de arroz hasta pelarse los nudillos. Aquí podemos ver claramente cómo la violencia, en un principio dirigida al otro, es algo que regresa hacia la persona que la ejerce, como un boomerang. Es la paradoja de cuando la respuesta de aniquilación del otro implica, a su vez, la desaparición del sujeto mismo que imparte la violencia.
Dice que no le gusta arreglarse ni maquillarse, llega a la conclusión de que es porque no quiere atraer a los hombres. Esto sumado a lo que dijo anteriormente de odiar ser mujer, tiene relación con el desprecio y el des-alojamiento de lo femenino en el mundo de hoy y tal vez con una identificación con el padre, que es violento con la madre y con las hijas, una suerte de repetición y de disparo de violencia que salpica todo.
Cuenta también su deseo de trabajar y salir de la situación tan precaria que atraviesa, pero el esposo no quiere, eso le da mucha rabia, pero le hace caso. Ser goce del Otro le da mucha rabia, claro, y como no puede cambiar de posición, la única salida es la violencia.
Llega a decir que no merece vivir, que es una mala madre y que le ha vuelto a pegar a sus hijos. Habla del hombre del que se enamoró antes de su esposo, le era infiel, se reprocha seguir pensando en él y desearlo. Nuevamente se dice mala madre y esposa. Cuenta que su madre le dice que sus hijos son de lo peor, como ella de chica, malcriados. No llega asociar aún sus palabras con las de su madre.
También vemos en este caso cómo las representaciones insoportables de su infancia, si bien no son olvidadas, se repiten en la violencia hacia sus hijos e inmediatamente hacia ella misma. Paula es una víctima a tiempo completo: sufre los maltratos del padre y la madre, es muy pobre y el esposo no la deja trabajar, maltrata a los hijos pero inmediatamente se castiga para seguir siendo una víctima, aunque sea víctima de ella misma. En ella se puede notar el goce que hay en estar en una situación de la que se queja todo el tiempo, pero de la que no encuentra forma de salir. Nuevamente aparece el no hacerse cargo y el no saber qué hacer con la contingencia de lo real, que aparece y reaparece, de una manera insoportable para ella.
*Texo que presentaré en las IX Jornadas de la NEL y CID Lima
Un comentario sobre la teoría del cuerpo especular.
En esta ocasión comparto con ustedes mi comentario del texto «Hablar, ¿con cuál cuerpo?», del Psicoanalista y Director del VI ENAPOL, Patricio Álvarez. Dicho texto lo pueden encontrar en el siguiente link: http://www.enapol.com/es/template.php?file=Textos/Hablar-con-cual-cuerpo_Patricio-Alvarez.html
Y a continuación, mi comentario.
«Ciertamente hablamos con el cuerpo. Por ejemplo, desde la psicología se propone un “lenguaje corporal” que somos llamados a leer, a interpretar, para así tener un mejor entendimiento de lo que el otro está comunicando.
Ya en la clínica vemos que hay cosas que se ponen en el cuerpo a modo de un decir, a modo de síntoma. En la época de Freud eran los desmayos histéricos, las afonías o parálisis. En nuestros tiempos, desde los ataques de pánico, con palpitaciones, faltas de aire, opresión en el pecho y trastornos intestinales, ideaciones de muerte o locura inminente, que también se alojan en el cuerpo; hasta las anorexias, bulimias y trastornos psicosomáticos.
Patricio Álvarez nos propone en este texto, revisar las teorías que Lacan propone sobre el cuerpo.
- Una primera, la del cuerpo especular, en la que el significante marca el cuerpo.
- Una segunda, la del cuerpo topológico, que habla del goce en el significante.
- Y una tercera, la del acontecimiento de cuerpo, que incluye las dos anteriores y es más compleja.
Comentaré en esta ocasión, acerca de la primera teoría.
El autor nos propone un recorrido bibliográfico bastante ordenado, que, pienso, ayuda a clarificar esta primera parte.
Lo primero que nos dice el autor es que Lacan establece que las normas del ideal del yo construyen el cuerpo especular y también que la norma principal que la regula es el Nombre del Padre. Lacan construye toda su clínica de las estructuras a partir de la relación entre simbólico e imaginario.
Revisando el Seminario 3, capítulo VII, “La disolución imaginaria”; vemos que sobre la imagen especular, Lacan dice: “Esta imagen es funcionalmente esencial en el hombre, en tanto le brinda el complemento ortopédico de la insuficiencia nativa, del desconcierto, o desacuerdo constitutivo, vinculados a la prematuración del nacimiento. Su unificación nunca será completa porque se hace precisamente, bajo la forma de una imagen ajena, que constituye una función psíquica original. La tensión agresiva de ese yo o el otro está integrada absolutamente a todo tipo de funcionamiento imaginario en el hombre”. Esto, a su vez, nos remite a su Escrito “El Estadio del espejo como formador de la función del yo…” donde se propone el estadio del espejo como una identificación, una identificación a la propia imagen, antes incluso, de “objetivarse en la dialéctica de la identificación con el otro y antes de que el lenguaje le restituya en lo universal su función de sujeto”.
En “La disolución imaginaria” Lacan apunta algo muy importante con relación a lo imaginario, y es esta sensación de amenaza con respecto al otro, al otro que vuelve a tomar su lugar de dominio, y dice Lacan “en él (el sujeto humano) hay un yo que siempre en parte le es ajeno”. Y luego propone “que la ambigüedad, la hiancia de la relación imaginaria exige algo que mantenga relación, función y distancia. Es el sentido mismo del complejo de Edipo”. Con respecto a esta “relación, función y distancia” vemos que en Schereber no funciona del todo así, ya que la identificación imaginaria con el otro está fraccionada, el otro es “desdoblable, desplegable”, en su delirio hay identidades múltiples de un mismo personaje, es la metonimia en vez de la metáfora. Se me ocurre aquí la imagen de estos muñecos que se obtienen doblando un papel en varias partes, que luego de ser cortados resultan en una cadeneta de hombrecitos que se fusionan, donde no hay pues, distancia de uno y el otro.
Ahora bien, Álvarez también nos propone revisar el Seminario 10, donde podemos encontrar nuevamente cómo Lacan resalta la importancia de la relación especular e introduce aquí la relación con el significante:
“Recordemos pues, cómo la relación especular ocupa su lugar y de qué modo depende del hecho de que el sujeto se constituye en el lugar del Otro y su marca se constituye en la relación con el significante.
En la pequeña imagen ejemplar, de donde parte la demostración del estadio del espejo, aquel momento de júbilo en que el niño, captándose en la experiencia inaugural del reconocimiento en el espejo, se asume como totalidad que funciona en cuanto tal en su imagen especular, ¿acaso no he recordado siempre el movimiento que hace el niño?(…) A saber, se vuelve hacia quien lo sostiene, que se encuentra ahí detrás. Si nos esforzamos por asumir el contenido de la experiencia del niño y por reconstruir el sentido de ese momento, diremos que, con ese movimiento de mutación de la cabeza que se vuelve hacia el adulto como para apelar a su asentimiento y luego de nuevo hacia la imagen, parece pedir a quien lo sostiene-y que representa aquí el Otro con mayúscula- que ratifique el valor de esta imagen”.
En el capítulo III del Seminario 10, Lacan nos habla de dos clases de identificaciones imaginarias: la identificación con i(a), la imagen especular tal como la encontramos en la escena dentro de la escena, y está la identificación más misteriosa, cuyo enigma empieza a desarrollarse aquí con el objeto de deseo en cuanto tal, a.
Aquí, voy a proponerles a modo de ejemplo, un texto de José Vidal extraído del blog “Lacan para afuera”:
“Seguramente para muchos la calidad de la película de Kiarostami “Copia certificada” será discutible. Pero habrá unanimidad en que la escena en el toilette en la que Juliette Binoche se pinta los labios está llamada a ser un clásico.
Ella ha dejado a su pareja en la mesa de un restorán Italiano y va al baño a retocarse. Ambos, el hombre y ella, ya no son tan jóvenes y algo se ha quebrado en la relación. La escena la muestra mirando a la cámara como si lo hiciera ante el espejo, saca de su bolso un lápiz labial y se pinta la boca de un color rojo muy intenso.
Y cuando lo hace, sin que medie ningún otro efecto visual, o si lo hay no lo notamos, somos testigos de una transformación maravillosa: Binoche, naturalmente, es una mujer de un rostro muy bello pero al pintarse los labios ante nosotros la vemos iluminarse como si hubiesen encendido las luces.
Siempre es algo fascinante la circunstancia en que una mujer se maquilla, seguramente porque es uno de los puntos en los que se produce el pasaje hacia ese campo íntimo de la “mascarada femenina”, territorio misterioso del que en general se habla poco y que parece estar mejor en el secreto. En varios lugares Lacan se queja de no poder obtener de las mujeres ni una palabra del goce que les es propio, razón por la que tuvo que deducirlo lógicamente como lo Otro del goce fálico.[2]
Últimamente, lo vertiginoso de de la vida hace que muchas mujeres se maquillen en el auto o en el tren antes de llegar a su trabajo y eso nos permite presenciar ese rito mágico que antes estaba reservado a la esfera privada y que parece tocar algo de lo que Lacan llama el goce de La mujer.
Algunos travestis intentan capturar eso. Durante algún tiempo atendí a un hombre que, siendo en lo cotidiano casado, padre de familia y bastante rudo, una o dos noches por semana se vestía de mujer para ir a algunos bares. El mundo, me explicó, tiene muchos prejuicios respecto a esto y lo traduce enseguida a términos de homosexualidad. Pero él había concluido que su goce, como el de Tiresias, se alcanzaba en el punto de la transformación, por medio del maquillaje, de hombre en mujer. Cada vez que le era posible, invitaba a alguien a presenciar cómo se pintaba y le producía un gran placer que otros apreciaran su mutación. Pero es seguro que él nunca alcanzaría eso que Juliette Binoche nos entrega generosamente.
En “Copia certificada” somos testigos de algo prodigioso: ese instante en el que una mujer se torna objeto de deseo, o mejor dicho, en el que ella, como sujeto, queda oculta tras el velo fascinante del maquillaje. Y la escena es muy certera porque privilegia, de entre los innumerables afeites y cosméticos a los que una mujer puede echar mano, el rouge, el color rojo de la boca.
El rouge es emblema, símbolo, metáfora, pero sobre todo signo indicativo del demonio, del sexo, del erotismo, de lo ardiente, de lo audaz, del peligro, de la sangre, del abismo. Pintura de guerra, arma, en la película ella parece decidida a reconquistar a un hombre que se ha ido alejando de su vida”.
Falta exponer lo faltante con relación a esta teoría del cuerpo, lo relacionado con la castración.
Es un tema harto trabajado, por lo que voy a resaltar solamente lo que dice Lacan en el Seminario 10: “Aquello ante lo que el neurótico recula no es la castración, sino que hace de su castración lo que le falta al Otro. Hace de su castración algo positivo, a saber, la garantía de la función del Otro, ese Otro que se le escapa en la remisión indefinida de las significaciones, ese Otro donde el sujeto no se ve sino como destino, pero destino sin término, destino que se pierde en el océano de las historias”.
Para finalizar mi parte, voy a proponerles un ejemplo más, esta vez desde mi práctica clínica, que tal vez sirva para introducir la siguiente parte de esta presentación.
Se trata de una mujer de 40 años de edad que viene a consulta con varias quejas: está gorda, no soporta las peleas entre sus padres y siente que se le está pasando el “tren” de casarse y tener hijos. En la primera sesión relata la angustiosa sensación que se instala en el cuerpo cuando sus padres (con los que aún vive) pelean: palpitaciones, falta de aire y mareos. Dice que se siente como un “tacho” en donde ellos colocan su basura, que ELLA se siente basura. Ni bien relata esto, empieza a tener un ataque de asma. También relata cómo no puede verse en un espejo de cuerpo entero, sólo soporta verse en un espejo pequeñito, para poder pintarse los ojos. Cuenta que se orinaba en la cama hasta los 20 años, edad en la que su hermana, quien dormía en la misma habitación y con la que no tenía buena relación, se muda de la casa. También le preocupa estar entrando en la etapa menopáusica, puesto que se le ha retrasado la regla varios días y ha empezado a sentir calores. Descarta el embarazo pues es virgen. Llevo entrevistándome con ella recién 4 sesiones, por lo que todavía no tengo clara la estructura. Sin embargo, llama la atención la cantidad de impasses que relata con respecto a su cuerpo.
En este caso podemos captar algo de las tres teorías sobre el cuerpo: la imagen gorda que no corresponde al modelo de hoy; la cuestión del misterio de lo femenino y la no relación sexual que es vivida en el cuerpo como ataque de asma , es un fenómeno sin palabras por eso es acontecimiento del cuerpo».
Zapatero a tu zapato
En estos últimos días me he topado recurrentemente con un tema: la medicalización, o, mejor dicho, la sobre-medicalización.
Desde escuchar que la gente toma ansiolíticos como si fueran tic-tac, hasta amigos que han ido al médico general por un malestar en el cuerpo y han sido recetados (mal recetados) con antidepresivos.
Esta situación me hace pensar que las mismas personas que piensan que ir al psicólogo o empezar un psicoanálisis es sólo para los locos, son las que están dispuestas a tomar cualquier psicofármaco, arriesgando, tal vez sin saberlo, su propia salud.
La gente no quiere saber sobre su malestar psíquico, taponea el síntoma con las cuchumil pastillas, con tal de no saber de lo que sufre. Y bueno, por último, eso es responsabilidad de cada uno y cada uno decidirá si llegó el momento de enfrentarse a la propia bestia.
Sin embargo, lo que sí me llama la atención, es cómo los «especialistas de la salud», léase médicos generales, pediatras, neurólogos, internistas, etc. se mandan sin más ni más a recetar psicotrópicos de grueso calibre, sin haber hecho un diagnóstico adecuado del trastorno mental, sin siquiera leer el DSM debajo del escritorio.
¿Quién controla esta situación? lamentablemente, sólo nos queda controlarla a nosotros: los usuarios.
Debemos saber que ni un médico general, ni un pediatra, ni siquiera un neurólogo, están entrenados para diagnosticar la enfermedad mental; que no es tan simple como aprenderse los manuales diagnósticos de paporreta, que conlleva años de práctica y experiencia clínica. Por lo tanto, tampoco están capacitados para recetar medicamentos que no son de su especialidad.
Entonces, si tenemos médicos, terapistas, psicólogos (ojo, los psicólogos TAMPOCO estamos capacitados para recetar), consejeros, químicos farmacéuticos, que te mandan tu prozac, rivotril o ritalin como si se tratase de aspirina; y a eso le sumamos psiquiatras exagerados que medican por un pequeño duelo, tenemos como resultado una sociedad sobremedicalizada, a merced de la industria farmecéutica y esclava de un consumo idiotizante.
Decidir iniciar un psicoanálisis no es fácil, pero no tiene tantas contraindicaciones como todos los psicofármacos.
Nuevas enfermedades, nuevo discurso
Algo está pasando, y lo venimos sintiendo de un tiempo a esta parte. No creo que sea por el fin del mundo Maya, ni por el apocalipsis zombie (tan de moda y tema de un futuro artículo); se ha venido generando un cambio y podemos verlo en muchos aspectos dentro de nuestra vida cotidiana.
Y ahora, con la nueva edición de la «biblia de la psiquiatría» (!!!) el DSM-V (porque los cuatro primeros no fueron suficientes) veo con, no voy a negarlo, agradable sorpresa, que mucha gente ha empezado a cuestionar esta nueva clasificación de los desórdenes mentales.
Para empezar ¿quién no tiene algún tipo de desorden en su mente?, a este paso, vamos a terminar siendo todos clasificados…y, claro, eso tiene que ver con este «cambio» del que hablaba al principio. Un cambio de discurso, podríamos decir desde el psicoanálisis lacaniano; se ha pasado del discurso del Amo, al discurso capitalista, el discurso del consumo. Porque, por ejemplo, ante las «nuevas enfermedades mentales» propuestas por el Asociación Americana de Psiquiatría; las primeras preguntas que surgen son ¿qué medicamentos se pueden consumir para tratarlas? ¿servirán todavía el prozac y el ritalin? ¿ya estarán creando nuevos fármacos?. Surge una respuesta de consumo.
La nueva clasificación que más desazón me ha causado es la del «Trastorno de Desregulación Disruptiva del Estado de Ánimo», es decir; las rabietas. Ahora todo niño pataletudo será diagnosticado y muy probablemente medicado.
Hace poco se proyectó, gracias al trabajo e interés genuino por el acontecer de nuestra sociedad de la Nueva Escuela Lacaniana de Lima, el documental francés «La infancia bajo control», en éste se puede apreciar cómo ya en algunos países de Europa se está tratando de ejercer este control desmedido sobre los niños, procurando encontrar en los pequeños a futuros sociópatas, y con esto evitar el desarrollo de criminales. ¿Y cómo se establecería este control? ¡oh sorpresa! con fármacos y «diagnóstico temprano».
Hagamos un análisis un poco más profundo, y veremos que, el acudir a un psicólogo buscando solamente un diagnóstico, no es otra cosa que una transacción comercial más. Y esta búsqueda, no estaría tan mal (al menos el sujeto se llega a preguntar qué es) pero el problema reside en que, la mayoría de las veces, luego del diagnóstico, se ofrece como solución un fármaco, que finalmente terminará por eliminar las siguientes preguntas que podría hacerse el sujeto acerca de lo que es, del qué hacer con su padecimiento.
Lo terrible del discurso capitalista es que atenta contra la singularidad de cada uno: nos ofrece un producto único, el mejor, el más brillante, el más moderno…pero al final, todos lo tienen. Lo mismo sucede con los trastornos del DSM: todos podemos caer en alguna de esas clasificaciones; sin embargo, cada uno lo hace a su manera y, por lo mismo, cada uno debería tratarlo, trabajarlo, analizarlo, desde su propia posición subjetiva. Sin embargo, lo que se propone es que a todos se les de el mismo tratamiento (generalmente la misma pastilla), pareciendo ésta ser una solución democrática, cuando en realidad no hace más que ir contra la libertad del sujeto.
Me preocupa mucho que se esté medicando a los niños de esa manera, y ahora con esta nueva clasificación de la «desregulación disruptiva» mucho más; espero equivocarme, pero temo que en algunos años veremos a muchos niños «desregulados» o «disruptivos» ¡y vaya que pueden ser significantes fatales!.
No es tarde, sigamos adelante.
Nido de locos
En abril tuve la oportunidad de empezar a trabajar nuevamente en estimulación temprana, con bebés de 6 a 12 meses y niños de 1 a 2 años.
En estos meses, he podido ver la locura en la que se ha convertido la educación inicial y primaria en nuestra ciudad (tal vez también en otras ciudades del Perú, pero no tengo los datos). Y no me refiero al aspecto académico (que ya es tema de otra entrada) si no a la angustia en la que se ha transformado el «ingresar» al nido o al colegio.
Mamás de los pequeños del grupo de 6 a 12 meses me cuentan que ya han puesto «en lista» a sus hijos para ir al nido el próximo año. Me quedo espantada y sólo atino a forzar una sonrisa. ¿En lista? ¿El próximo año, o sea, más o menos antes de los dos años? Ah no, hay algo mal en todo esto.
Y he podido identificar dos factores, aunque aún no defino bien cuál es el causante del otro:
En primer lugar: la comercialización de la educación. Nos ha vendido que nuestros hijos tienen que ser los más inteligentes, los más capaces y lo mejor preparados para que puedan luchar en este mundo inmisericorde…como si al final de cuentas, no saliera adelante realmente al que le da la gana.
Madres y padres angustiados porque sus niños ingresen al nido (!!!) o colegios, como si se tratase de un examen de ingreso a la universidad. Y por su puesto, las entidades educativas cada vez cobran más y más…¿se han preguntado quiénes se benefician directamente de esos cobros? ¿se han interesado por saber si las profesoras del nido tan lindo de sus hijos, están en planilla? ¿O es que hace cinco años las pasean con sus recibos por honorarios, primero impresos, ahora electrónicos?
Si los colegios y nidos, les exigen a los padres los infinitos materiales y la puntualidad de los pagos, los padres también tenemos derecho a exigir una educación de primer lugar y que las personas que pasan la mitad del día con nuestros hijos, trabajen en condiciones mínimas de respeto y seguridad…¿O qué les estamos transmitiendo?
En segundo lugar, esta loca necesidad de volver a nuestros hijos brillantes, que ocupen los primeros puestos…llevándolos al nido antes de los dos años…¿para qué? ¿Se han puesto a pensar si de verdad responde a una necesidad de ellos? ¿O responde a otras necesidades, NUESTRAS necesidades?
Hace varios años trabajé como «miss» en un nido, con los más pequeños. Había una niña que no había cumplido los dos años, recién había aprendido a caminar y la trajeron con la imposición de que esa niña tenía que dejar los pañales. Yo no estaba de acuerdo para nada, sin embargo, la directora del nido me envió un mensaje claro: o esa niña dejaba los pañales o yo dejaba el trabajo. Tuve que aguantarme, por necesidad, el ver a la pobre no entender nada cada que se encontraba parada en un charco de pila, en medio del salón. La pobre recién estaba aprendiendo a sentirse cómoda en una situación nueva, como era el nido, y encima tenía que hacerlo con los calzones mojados.
¿Sabían que los niños recién están neurológica y físicamente preparados para controlar esfínteres a partir de los dos años? Yo lo sabía en ese momento, la directora lo sabía…Sin embargo pudo más el deseo de esos padres, el deseo de tener una niña que dejara los pañales antes de los dos años, que les ahorrara «problemas», impases, pañales…
¿Qué son nuestros niños para nosotros? Yo creo que es necesario empezar a respondernos esa pregunta.
De las condiciones de amor
«Pareciera que le gusta que lo traten mal, que lo «castren». Escuché esta frase y una parte mía decía «sí pues», pero otra se preguntaba cómo era posible que esto fuera así, que a alguien le gustara ser maltratado. – «A mí no me gustaría estar en una relación en donde me traten mal, o me hagan «aj»- dije… ¿o sí?. Tema complicado el de las relaciones amorosas, tema de impasses.
Analizando un buen rato, llego a la conclusión de que, definitivamente no podría sostener una relación en la que me traten con desprecio, pero sí he sostenido relaciones en las que finalmente termino mal parada, o «chamuscada» como me dijo mi analista…sí pues, chamuscada, si lo que me gusta (y aquí aparece el goce) es meterme en incendios.
Inmediatamente surge de nuevo la pregunta ¿por qué? y creo que, para cada uno, la respuesta está en lo que Freud llama «las condiciones de amor».
Existe en nuestro encuentro con el otro, ciertas condiciones que éste debe tener para despertar nuestro deseo y amor. Jacques Alain Miller lo explica mejor: «Esto muestra lo que es «condición» para Freud: una cierta disposición que desencadena automáticamente el deseo sexual y hace elegir a ese objeto como objeto de amor».
«Una cierta disposición», no sólo se trata de características que posea el otro, sino también de cómo estas se relacionan con nuestra historia (iba escribir «histeria» pero también va para los otros neuróticos), y forman esta condición de la que hablamos.
Freud no deslinda el deseo sexual del amor; que también es un tema interesante para analizar, estudiar, discutir,etc. Pero no lo voy a hacer ahora.
Pero sí, es interesante ver que cuando se utiliza la palabra «automáticamente» se está refiriendo a la compulsión (Zwang), a la no libertad del sujeto; quien, al ver que se cumple esta «condición», inmediatamente hace su elección de objeto.
Este proceso, por su puesto, no es para nada consciente (al menos no lo es hasta que se entra en análisis). Sin embargo, si nos detenemos a pensar y revisamos nuestras relaciones de pareja, encontraremos que hay ciertas «condiciones» comunes; o, en algunos casos, estas condiciones crean una compulsión tan fuerte que nos hacen regresar una y otra vez a la misma persona, sabiendo que el resultado no será diferente, pero sin poder evitarlo.
Si es cierto esto, entonces, las condiciones de amor pueden ser desde lo más románticas y positivas, hasta las más dañinas y negativas.
Sin embargo, hay una buena noticia y es que todo lo que hemos construído a lo largo de nuestra vida, puede de-construirse para formar una nueva forma de hacer, de elegir. Una vez que nos damos cuenta de que elegimos nuestro objeto de amor debido a condiciones que nos son las mejores para nosotros, podemos dar una vuelta a la moneda del automaton, y hacer una nueva elección, hacerlo de un- otro- modo.
Se trata de dejar de hacerle caso a esas Condiciones de Amor marcadas por lo traumático de la infancia (generalmente lo visto en los padres o lo edípico) y crear nuestras propias condiciones, que van más por el camino del deseo y no tanto del goce.
Es sólo un niño
“Es sólo un niño” es la frase que solemos decir para justificar un acto agresivo, irrespetuoso, irresponsable o indeseable en los párvulos. Y, ciertamente, por ser niños es que presentan estas conductas. No debería sorprender pues, la presencia del bullying en el jardín de niños (espero no desatar, con esta afirmación, una corriente terapéutica que trate a niños de dos años por “personalidad disocial”).
Lacan explica la agresividad como una conducta atávica en el hombre; no es “aprendida” en el sentido estricto de la palabra, se podría decir que se inscribe en el hombre, desde bebé; es una de las primeras reacciones ante el malestar subjetivo que causa la sensación de desarticulación del propio cuerpo, allá por los 6 meses, cuando el sujeto empieza a identificarse con la imagen en el espejo, pero vive la frustración de la incoordinación y debilidad motora. Forzándome a entender y explicar un poco a Lacan (como ya es mala costumbre en mí) podría decirse que la agresión, en un principio y al fin, tiene como objetivo al propio sujeto.
En “La Agresividad y el Psicoanálisis”, Lacan nos dice que, en base a la experiencia, San Agustín ya da cuenta de esta agresividad original: “Vi con mis propios ojos y conocí bien a un pequeñuelo presa de los celos. No hablaba todavía y ya contemplaba, todo pálido y con una mirada envenenada, a su hermano de leche”.
A través de las etapas del desarrollo, el hombre va incorporando normas y “leyes” de la cultura, que van a ayudar a la conformación de lo que Freud llama el “superyó”. Esta instancia de la personalidad se encarga, entre otras cosas, de instaurar la culpa en el sujeto. A través de los padres, la escuela, la sociedad, aprendemos lo que no se debe hacer, lo que está mal.
Entonces, ante el boom del “bullying” propongo un cambio de perspectiva: en vez de buscar el mal ejemplo de los padres a través de conductas agresivas o transgresoras, pensemos más bien en las faltas de límites.
De un tiempo a esta parte, y como contraposición a la disciplina rígida, perversa y castradora, se puso de moda el dejar que los niños hicieran su voluntad; sin embargo, considero que se llegó al extremo. Si partimos de lo expuesto al principio de este artículo, el dejar que los niños hagan lo que se les antoje, es dejar que desarrollen y lleven al límite esa agresividad “natural” del ser humano.
Es aquí donde la “Ley” del Padre es vital; si hay algo que se mantiene a lo largo del tiempo y de diversas culturas es esa autoridad adjudicada al hombre, al sujeto masculino. Es el padre el encargado de poner los límites y establecer las reglas, el que llama “al orden”. Esto no quiere decir que la madre no se encargue también de la disciplina de los hijos; pero para el niño es importante y necesario un “no” de parte del padre; y con esto me refiero a “importante y necesario” para el desarrollo psicológico de los hijos.
Cuando pensemos en niños que hacen bullying a otros, pensemos en qué sucede con esos padres, qué no les están diciendo, qué límites no se imponen. Y estas preguntas también van para los padres de las víctimas del bullying, ¿por qué esos niños no se pueden defender? ¿por qué no dicen “no”? ¿por qué no han aprendido a poner un límite entre el cuerpo del otro y el propio?.
La respuesta, casi invariablemente, será porque no se les ha enseñado que hay otro, diferenciado, que no forma parte de nosotros y que por lo tanto no nos pertenece ni puede hacerse con él nuestra voluntad.
Aquí, la palabra, lo que se dice, los significantes que les damos a nuestros hijos son también muy importantes para la fundación de ellos como sujetos separados. Al darles palabras, les damos también herramientas, los ayudamos a que tengan estructura, incursionen ene el campo simbólico, piensen. Bien dice Melanie Klein que un niño que no habla reacciona de manera diferente a un castigo y a una brutalidad.
Entonces bien, es cierto que son “sólo niños”, pero los adultos deben re-buscar y reformular su función y rol de padres, para no terminar siendo “sólo padres”.
Mañana, 21 de Marzo, se conmemora el Día Internacional de la Eliminación de la Discriminación Racial, instituído por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1966; como homenaje y recordatorio de las 69 personas muertas en una marcha pacífica contra el apartheid en Sudáfrica.
Sesenta y nueve personas muertas por no estar de acuerdo con la discriminicación racial. Por seguir evolucionando y no querer mantener el statu quo de la intolerancia, del egoísmo, de lo más precario del ser humano. Porque, sí, el odiarnos, es una conducta natural en el hombre, pero también es parte de nuestra naturaleza y de la evolución natural, el poner freno a nuestros impulsos, el controlar en la medida de lo posible el goce perverso.
Recuerdo haber leído de niña un «Luchín Gonzáles» de Juan Acevedo, en donde se contaba cómo había discriminación entre las personas discriminadas: se trataba mejor al hijo «más blanco» de una familia de negros. Recuerdo haberme quedado sorprendida, y, pienso ahora, que en ese momento comprendí la gravedad de la discriminación; Juan, a través de su historieta, me contaba cómo ese niño «más negro» sufría.
Hoy he leído en las redes sociales cómo Beto Ortiz, periodista, líder de opinión y, dato que menciono por relacionarse con el tema de esta entrada, homosexual «salido del clóset» respondió una crítica legítima del ex procurador anticorrupción, Ronald Gamarra, con un comentario homofóbico. Esto me sorprendió tanto como el negro que discrimina al más negro.
Más allá de posiciones políticas e ideologías, considero que el recurrir a una respuesta discriminatoria no sólo revela una falta de argumento grave; sino que es una triste radiografía de la situación de nuestra sociedad y nuestra cultura.
En un país donde te miran mal por ser cholo, negro, serrano, chino, selvático, gringo, judío, mujer, niño, gay, lesbiana, hombre, desempleado, madre soltera, vegetariano, carnívoro, de izquierda, de derecha, discapacitado, pobre, rico, en fin..POR TODO; al parecer no queda otra que discriminarnos entre discriminados, porque no hay conciencia de lo que somos, no hay aceptación, nos dedicamos a mirar al otro por no vernos a nosotros mismos…pero ¿saben qué? lo mejor que nos puede pasar es descubrir las mierditas que tenemos dentro, conocerlas, elaborarlas, y buscar una nueva forma de hacer/ser.
Asusta mirarse, sí, hay cosas horribles de nosotros mismos que no queremos conocer; pero, si queremos evolucionar, si estamos hartos de conductas tan poco evolucionadas como la discriminación, entonces tenemos que hacerlo para poder empezar a arreglarnos, de poquitos, pero arreglarnos, algo al menos.
Iguales no
Ayer fue el Día Internacional de la Mujer, y me siento casi obligada (siempre atrapada en el deseo del Otro) a escribir algo acerca de esto.
Quise, en un principio, hablar acerca de que, según Lacan y teóricos postestructuralistas, tal día no debería existir ya que tampoco existe «la» mujer. Pero, explicar a qué se refiere exactamente al decir que «la mujer no existe» es una tarea ardua, complicada, confusa. No puedo explicarlo fácilmente, pero tampoco quiero dejar a Lacan como un «machista» que niega a la mujer; un poco de lo que se trata es de concebir a la mujer dentro de la particularidad, que es, a la vez, complejidad, y de no reducirla a una sola defiición: «mujer = madre» «mujer = ama de casa» «mujer= ejecutiva»; en tanto no se puede ser un «tipo» de mujer, «LA» mujer no existe.
Partiendo de esto, entonces, y a propósito de un día en el cuál términos como «igualdad» han estado en boca de mucha gente, me atrevo a decir que tampoco existe la igualdad entre hombres y mujeres. Y no me refiero aquí a un tema de discriminación, me refiero a que, efectivamente, el hombre y la mujer no son iguales.
Sin embargo, ¡es maravilloso que el hombre y la mujer no sean iguales! ¿Acaso a alguna de ustedes les gusta realmente un hombre que les pregunte a cada rato: «¿me quieres?», «¿me amas?» «¿me extrañas?» o, ¿a alguno de ustedes les gusta realmente una mujer que se presente ante ustedes demandando sólo sexo, puro y salvaje, y no volver a verlos nunca más?
Hay diferencias, sí, pero más allá de enumerar o explicar esas diferencias, me gustaría hablar/escribir hoy sobre algo muy lindo que sucede en el encuentro entre hombres y mujeres.
Líneas arriba menciono como es una posición masculina el concebir el sexo sin amor. Ciertamente, el hombre puede tener relaciones sexuales sin la mediación de los afectos. En cambio, para las mujeres, en su mayoría, es necesario que algo del amor intervenga para que la relación sexual sea posible, soportable. Cuando digo algo del amor, me refiero a que por lo menos un «me gusta mucho ese chico» tiene que haber. Pocos son los casos en los que, como también menciono líneas arriba, una mujer piense «a éste me lo voy a tirar y punto»; y si así fuera, en ese acto, algo de lo sublime, de lo fantástico del amor aparece («fue el mejor «one night stand» de mi vida»).
Pero, lo lindo del amor es, que para que un hombre ame, necesita pasar por una «feminización», si puedo forzar el uso de éste término, el hombre cuando ama, por momentos, pasa por una posición femenina. Y con esto no me refiero a una posición femenina como la de demandar amor, hacer escenas o pasar por la autocompasión; sino a, por ejemplo, sentir que en la relación sexual hay más que una satisfacción física, hay un encuentro de dos, una ebullición de los sentimientos, un sentir que se quiere, que se gusta de esa mujer.
Por esta razón, para muchos hombres es difícil aceptar que aman, les es difícil comprometerse o entablar una relación medianamente seria. Es necesaria mucha madurez, conocimiento de sí mismo, y algo de seguridad, para que un hombre no se sienta perdido ante la posición femenina que adopta al amar. Esto nada tiene que ver con que un hombre que ama sea menos hombre; por el contrario, cuando un hombre ama realmente, si es correspondido, es lo mejor que le puede pasar a una mujer.
Por haber sido el día Internacional de la mujer, no hablaré en esta ocasión de lo locas que nos podemos poner la mujeres con respecto al amor (y a muchas otras cosas más), pero, si así, loca como eres, te quieren a su lado mujer, y no te quieren cambiar, es porque realmente te aman.
A propósito de niños, padres y relaciones.
Hoy llevaba a mi hija a su primer día de clases de este año y la veía contenta, legañosa, pero contenta, contándome cómo ya le habían enseñado en el cole a forrar sus libros y cuadernos, para que ya lo haga ella en casa. En realidad, yo desde el año pasado ya le había enseñado a hacerlo y sólo me hacía cargo de los libros «difíciles» (esos que cuando crees que ya están bien forrados, no cierran y tienes que empezar de nuevo).
Esto tan simple me hizo reflexionar sobre dos cosas puntuales: una, que ya mi hija está lo suficientemente grande como para forrarse sus libros, este es su ultimo año de primaria y, por lo tanto, ya soy una anciana.
Y la otra, tema del que quiero hablar/escribir aquí, del cómo siendo ella hija de padres separados, ha logrado ser, no sin dificultades en el camino, una niña tranquila, feliz, sin mayores «roches» (y no lo digo porque sea mi hija, sí claro, cliché, pero es cierto).
Lamentablemente, esto no le sucede a todo el mundo. No muchos padres pueden o saben enfrentar una separación sin afectar a sus hijos de manera negativa.
Definitivamente una separación no es nada fácil. Es dolorosa, engorrosa, genera culpas, resentimientos, revanchas, etc. No podemos esperar que se realice siempre en los mejores términos; pero es importante saber lidiar con nuestras emociones, por el bien de nuestros hijos.
Muchas veces los padres separados caen en el juego de manipularse unos a otros utilizando a los hijos. Quieren lograr algo del otro y la carne de cañón son su propios hijos. Es necesario, entonces, que podamos SEPARAR y RECONOCER, si lo que motiva nuestras acciones tiene realmente algo que ver con nuestros hijos, o es algo no resuelto con nuestra ex pareja. Seamos nosotros los que estamos manipulando, o la contraparte, una vez identificada la conducta, hay que intentar detenerse.
Otro error común que cometemos es discutir delante de los chicos. Esto se aplica tanto para padres separados como para los que están juntos: si es un problema de pareja, hay que discutirlo y tratar de solucionarlo en un momento a solas. Y ojo, encerrarse a discutir en el baño o la cocina no vale, los niños igual se dan cuenta. Y si se dan cuenta, entonces es mejor explicarles que estamos dicutiendo un tema de padres, que nada tiene que ver con ellos. Es mejor, siempre, darles una explicación, sencilla, a dejarlos con una incógnita, que muchas veces terminan resolviendo echándose la culpa.
Otra tentación en la que caemos es hablarle mal a nuestros hijos de nuestra ex pareja. Obviamente, si nos hemos separado, es porque hay algo del otro que se volvió insoportable e insostenible; pero, insoportable e insostenible para nosotros, como pareja, no para nuestros hijos. Es crucial aquí entender que lo que está en juego es la subjetividad de cada uno y que, al hablar desde esa posición subjetiva («tu padre es una bestia» «tu madre es una loca») estamos dañando más de lo que creemos a nuestros hijos. ¿Por qué? Bien, supongan que un padre le dice a su hijo que su mamá es una mala mujer y una loca; y, el niño, ama a su madre más allá del edipo. ¿Qué puede surgir en el niño a raíz del discurso del padre? Una, que él (niño) sienta que está yendo en contra del padre, le está «sacando la vuelta» por querer a su madre y entonces se instala una culpa tremenda. Otra, puede pegarse fielmente a la palabra del padre y entonces decir y actuar en base a una madre «mala y loca», que, si realmente no lo es, creará una disonancia en el niño que definitivamente le generará un conflicto. Una más, que el niño entienda que uno se enamora de mujeres malas y locas, y por lo tanto, buscará estas características en sus futuras parejas.
En definitiva, no es de lo más fácil lograr una buena relación de padres separados, pero tampoco es imposible. Es necesario priorizar la estabilidad y felicidad de nuestros hijos; y si no podemos hacerlo sólo a base de voluntad, entonces no está de más acudir a la orientación y consejería de un profesional de la salud mental. Por nuestro bien y el de ellos.