Nuevas enfermedades, nuevo discurso
Algo está pasando, y lo venimos sintiendo de un tiempo a esta parte. No creo que sea por el fin del mundo Maya, ni por el apocalipsis zombie (tan de moda y tema de un futuro artículo); se ha venido generando un cambio y podemos verlo en muchos aspectos dentro de nuestra vida cotidiana.
Y ahora, con la nueva edición de la «biblia de la psiquiatría» (!!!) el DSM-V (porque los cuatro primeros no fueron suficientes) veo con, no voy a negarlo, agradable sorpresa, que mucha gente ha empezado a cuestionar esta nueva clasificación de los desórdenes mentales.
Para empezar ¿quién no tiene algún tipo de desorden en su mente?, a este paso, vamos a terminar siendo todos clasificados…y, claro, eso tiene que ver con este «cambio» del que hablaba al principio. Un cambio de discurso, podríamos decir desde el psicoanálisis lacaniano; se ha pasado del discurso del Amo, al discurso capitalista, el discurso del consumo. Porque, por ejemplo, ante las «nuevas enfermedades mentales» propuestas por el Asociación Americana de Psiquiatría; las primeras preguntas que surgen son ¿qué medicamentos se pueden consumir para tratarlas? ¿servirán todavía el prozac y el ritalin? ¿ya estarán creando nuevos fármacos?. Surge una respuesta de consumo.
La nueva clasificación que más desazón me ha causado es la del «Trastorno de Desregulación Disruptiva del Estado de Ánimo», es decir; las rabietas. Ahora todo niño pataletudo será diagnosticado y muy probablemente medicado.
Hace poco se proyectó, gracias al trabajo e interés genuino por el acontecer de nuestra sociedad de la Nueva Escuela Lacaniana de Lima, el documental francés «La infancia bajo control», en éste se puede apreciar cómo ya en algunos países de Europa se está tratando de ejercer este control desmedido sobre los niños, procurando encontrar en los pequeños a futuros sociópatas, y con esto evitar el desarrollo de criminales. ¿Y cómo se establecería este control? ¡oh sorpresa! con fármacos y «diagnóstico temprano».
Hagamos un análisis un poco más profundo, y veremos que, el acudir a un psicólogo buscando solamente un diagnóstico, no es otra cosa que una transacción comercial más. Y esta búsqueda, no estaría tan mal (al menos el sujeto se llega a preguntar qué es) pero el problema reside en que, la mayoría de las veces, luego del diagnóstico, se ofrece como solución un fármaco, que finalmente terminará por eliminar las siguientes preguntas que podría hacerse el sujeto acerca de lo que es, del qué hacer con su padecimiento.
Lo terrible del discurso capitalista es que atenta contra la singularidad de cada uno: nos ofrece un producto único, el mejor, el más brillante, el más moderno…pero al final, todos lo tienen. Lo mismo sucede con los trastornos del DSM: todos podemos caer en alguna de esas clasificaciones; sin embargo, cada uno lo hace a su manera y, por lo mismo, cada uno debería tratarlo, trabajarlo, analizarlo, desde su propia posición subjetiva. Sin embargo, lo que se propone es que a todos se les de el mismo tratamiento (generalmente la misma pastilla), pareciendo ésta ser una solución democrática, cuando en realidad no hace más que ir contra la libertad del sujeto.
Me preocupa mucho que se esté medicando a los niños de esa manera, y ahora con esta nueva clasificación de la «desregulación disruptiva» mucho más; espero equivocarme, pero temo que en algunos años veremos a muchos niños «desregulados» o «disruptivos» ¡y vaya que pueden ser significantes fatales!.
No es tarde, sigamos adelante.